lunes, 23 de abril de 2012

Indignados por la pobreza


“No podemos seguir como hasta ahora.
Aún cuando nuestros recursos económicos nos lo permitan,
 es pecado vivir a un nivel de vida superior del decorosamente necesario,
al igual que es pecado vivir sin luchar con todas nuestras energías
y desde nuestro sitio por un mundo más justo”

(Michel Quoist, Oraciones para rezar por la calle)

   En los últimos tiempos, venimos viendo como un gran número de personas, sale a las calles de todo el mundo, mostrando su indignación por las desigualdades sociales, reivindicando cambios en el sistema político, económico y financiero mundial, causante de todas estas injusticias. Es una indignación que afecta a nuestro primer mundo, pero también y especialmente a nuestros hermanos que sufren en los rincones más subdesarrollados de la tierra.

   Nosotros, cristianos comprometidos, también estamos obligados a sumarnos al menos desde nuestra conciencia con indignación ante todos estos problemas, principalmente el de la pobreza extrema del Tercer Mundo, que obviamente tiene sus raíces en el sistema económico mundial y el poder de intromisión de éste en los sistemas políticos de todos los países del planeta.

   Manos Unidas, parte de la voz de la Iglesia desde y para el mundo subdesarrollado, es consciente de la necesidad de un cambio en nuestras conciencias y nuestra forma de entender  el problema de la pobreza y el subdesarrollo porque ésta es la única forma de erradicarlo. Abolir la deuda externa, establecer el Impuesto de Transacciones Financieras, acabar con la corrupción gubernamental, favorecer la implicación de los organismos internacionales a favor de los derechos humanos y la paz, considerar individualmente que es necesario decrecer, rebajar ligeramente nuestro nivel de vida para que otros puedan mejorar el suyo, etc. son las únicas medidas capaces de acabar con este grave problema, más allá de nuestra mera aportación económica que es fundamental pero sirve básicamente para tapar agujeros.

   Afirma el papa Benedicto XVI que la mayor ofensa a Dios es que haya personas que mueran de hambre. Jesús, ajusticiado por proclamar el Reino de Dios, no deja de indignarse a lo largo de su vida ante las injusticias, y proclama su Reino en el que triunfará la paz y el amor. “Bienaventurados los pobres porque de ellos es el Reino de los Cielos” (Mt.5:3) con esta enseñanza, Jesús nos revela con radical claridad que los predilectos de Dios son los que menos tienen y nos alienta a trabajar por ellos. La Iglesia, que trata de ser fiel al Evangelio definió por ello en el Concilio Vaticano II que los pobres son su opción preferencial.

   Decía Ignacio Ellacuría, brutalmente asesinado hace 22 años en El Salvador como pago a una vida acorde con la defensa radical de los pobres, que Cristo asumió el destino de los pobres hasta morir en la cruz. Con Jesús, son crucificados cada día miles de personas, en las cruces de la miseria, el Sida, la guerra o el hambre, causadas o permitidas por el ser humano, mientras parece que lo único que podemos hacer es pedir perdón a Dios: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen” (Lc.23:24).

   La Semana Santa es el momento propicio para reflexionar sobre el mundo que queremos, y plantearnos si es el que Cristo predicó y comenzó a edificar hasta dar su vida. Jesús se indignó ante las injusticias y nos animó, y nos anima, a comprometernos antes de poder aspirar a “un cielo nuevo”, por una “tierra nueva”, un mundo nuevo en el que hombres y mujeres vivamos en paz y en igualdad. Os invitamos a reflexionar especialmente en las celebraciones del Triduo Pascual acerca de la necesidad de mirar las cosas de otra forma para poder cambiarlas porque juntos podemos hacerlo, porque es justo y necesario.
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Manos Unidas Sant Joan d´Alacant


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